El toreo para Jaime Garzón
Bogotá, 19 de enero de 2017, 3:00 P.M.
En la televisión desde hace días pasa un comercial muy atractivo, llamativo, bien hecho como dirían por ahí. El mensaje: después de cuatro año regresan los toros a la Santamaría de Bogotá. De la estructura mudéjar del recinto taurino cuelga el cartel de la tarde: Julián López «El Juli», Luis Bolívar y Andrés Roca Rey (quien confirma alternativa) con toros de Ernesto Gutiérrez. La taquilla ni abrió, pues las boletas se han agotado desde mucho antes. El ambiente se halla embriagado de felicidad, los tendidos están repletos, las mujeres se han engalanado, amigos y aficionados se conglomeran al grito de libertad ahogando así a los antitaurinos que se manifiestan afuera con todo tipo de maledicencias, violencia y desconocimiento.
El Partido Comunista Colombiano enarbola sus banderas junto a la antitauromaquia, la Juco no se queda atrás, todo tipo de agrupaciones socialistas conformadas en su mayoría por jóvenes gritan consignas por el fin del toreo. Todos juran que la izquierda jamás ha tenido que ver con dicho espectáculo, hasta Gustavo Petro lo dice, quien alguna vez ocupó los tendidos de la plaza de toros de Bogotá y Choachí. En el ruedo se halla el sociólogo, profesor de la Universidad Nacional, periodista y escritor Alfredo Molano Bravo, se encuentra como en casa, feliz, apunto de recibir la llave simbólica de los toriles para dar inicio a la «Temporada Taurina de la Libertad». Hombre de izquierda porque según él, la «otra Colombia», la que recorrió a pie, o «a lomo de mula», lo hizo ver que eso era lo coherente. Y también taurino, porque Colombia no es sólo Bogotá, sino que hay que recorrerla como él la recorrió. La escudriñó tanto que se dio cuenta que eso de las corridas de toros era, en otros lugares, un signo de identidad que los niños bien, los antitaurinos de la capital, no logran comprender.
Pero los tendidos de la plaza de toros de Bogotá, que supuestamente sólo pertenecieron a la derecha o a los indiferentes, también fueron ocupados por las figuras de izquierda más renombradas en el país. German Castro Caycedo, Eduardo Umaña, Jaime Pardo Leal o en quien me centraré, Jaime Garzón, también demostraron un interés, a su manera, por la fiesta brava. Este último caso estoy seguro tocará las fibras de todo el convoy juvenil-antitaurino que existe en la actualidad, pues la relación de la tauromaquia y Garzón es poco conocida, y a veces hasta se cree, como es de esperar, que es inexistente.
Para 1992 durante la temporada taurina de Cañaveralejo en Cali, Jaime Garzón fue contratado por la emisora Armony Records para ser comentarista taurino. El actor Mario Ruiz da testimonio de ello, ya que lo conoció aquella vez porque su padre, Álvaro Ruiz, fue comentarista también. Contaba que luego de las corridas salían a departir, a jugar tenis y a hablar. Aportes de un mediano conocimiento técnico del toreo surgían del micrófono de Jaime, pero sobre todo era su lenguaje sarcástico lo que destacaba entre toro y toro, entre pase y pase. En el libro de German Izquierdo, «Garzón, el impertinente genial», se cuenta que al pintoresco comentarista se le pagó con un Mercedes-Benz dicho encargo en Cañaveralejo. El carro fue conducido hasta Bogotá donde lo lució en el barrio Santa Fe, el lugar de las prostitutas, donde comió pollo en la Surtidora de Aves de la 22.
La visión del toreo que tenía este particular aficionado se ve reflejada en su programa “Zoociedad”, emitido entre 1990 y 1993. La plaza de toros de Bogotá, a diferencia de lo que los antitaurinos creen que es hoy, era para él «una plaza arrabalera donde sale el toro y todos gritan olé, a cualquier pase que hacen le gritan olé, música, música». Esta fiesta particular, no crean, no le dejaba de levantar dudas generosas que desplegaba en sus varias reuniones con el matador de toros Nicolás Nossa, donde Garzón le decía a este: «Ustedes son raros… ¿Por qué se dedican a esto y dicen ser de izquierda? ¡No, jueputa!» Lo cierto es que a Jaime le generaba extrañeza que en un mismo recinto se conglomeraran tan cerca, cerquita, todas las clases sociales del país. Pero es que el toreo era, y debería seguirlo siendo, una amalgama que compactaba a ciertos rojos de los tendidos altos junto con los godos y los liberales de las barreras, con los poderes hegemónicos para que los camaradas me entiendan.
Jaime Garzón, como todo crítico de izquierda, no sólo vio esta particularidad en las corridas, también vio, como él mismo denunció en Zoociedad, que todos los banderilleros eran «la vaina más chistosa» porque todos eran «nacidos Soacha» y que a la vez se creían españoles. «Ellos no dicen: ¡Ala, regálame un fosforo! No. Ellos dicen: ¡Anda, dame un cerillo!». Tal vez esta puya no era dirigida a un particular, más bien iba dirigida al país, a mi Colombia, donde «Los ricos se creen ingleses, la clase media se cree gringa y los pobres se creen mexicanos» (y los banderilleros suachunos-españoles).
Retornando a su efímera actividad como comentarista taurino, no faltaron las puyas, ¡oh, sorpresa!, a la prensa. Según Jaime, para dar mayor «categoría» a las cosas, cada emisora traía a un comentarista español, que debía ser «un panadero en España», para que «hablara español». Además agregaba de que tenía la percepción de que para todos los comentaristas españoles todos los toros eran malos. Y que era gracias a ellos que se acoplaban las opiniones en la corrida, o se repetían de acuerdo a lo que dijeran, para que así todo el mundo pareciera experto.
Sobre bravura comparaba a los toros una vez salidos de los chiqueros, a los policías que llegaban a las pedreas en la Universidad Nacional. Decía que si un toro salía «emberracado» de las varas, era, efectivamente, un toro de casta. Si el toro no era bravo, entonces era semejante «a un perro de la calle que se asusta». Y que el fin de dicho tercio era amoldar la embestida para que el toro humillara siempre en la muleta; pero aseguraba también que a veces no se picaban muy bien los toros y quedaban embistiendo mal, «como Navarro». O que «El toro es conservador, porque apenas ve el trapo rojo se le manda encima».
Sobre toreros sostuvo que había unos que se querían mucho, como Ortega Cano, y que no toreaban para sí mismos, sino que siempre miraban los tendidos mientras pegaban los pases. Garzón sobre esto, agregaba: «¡Ay que la gente no lo aplauda, porque se va emberracando!». Y sobre toreros trágicos, anunciaba: «Aquí hay uno chiquitico que se llama Gitanillo de América y le besa los cuernos al toro… y el tipo agarra y hace… y mira la gente y le besa los cuernos», y «la gente se enloquece y glu, glu glu con esas botas».
En aspectos políticos, Jaime se dedico a resumir el toreo a la realidad política de Colombia. En el noticiero Quac, Inti de la Hoz decía que los toros eran «igualitos a la realidad, una verdadera fiesta brava». Durante el gobierno de Ernesto Samper, aseguró que el fiscal le clavaba «las indagatorias a todos aquellos con banderillas políticas»; que los militares se pasaban la bota y que «el respetable, o sea el pueblo, ponía la oreja porque sabía que el cartel tenía rabo de paja»; «se habla de muletazo cuando la justicia cojea y no llega»; «se habla de doblón cuando vuelve y amplia la indagatoria»; «se habla de indulto, que es lo que espera Ernesto».
En fin, este es un resumen, que tal vez tenga segunda parte, sobre el vinculo de Jaime Garzón y el toreo colombiano. Cabe decir que también se le vio en la plaza de toros de Cartagena, donde hay una foto muy famosa. O que fue muy amigo de la periodista Arritokieta Pimentel, hija del maestro Jerónimo Pimentel, matador madrileño afincado en Colombia que en su tiempo abrió la puerta grande de Las Ventas. Ante una izquierda olvidadiza (o tal vez es que se las da de ciega, sorda y muda) y ante unos jóvenes que creen que el mundo empezó cuando ellos nacieron, se publica este pequeño fragmento insólito sobre la vida de uno de los humoristas más reconocidos en el país, humorista con marcadas tendencias de izquierda que no vio en los toros mayor problema, pues era un espectáculo que representaba a buena parte de colombianos.
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