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Foto del escritorLuis Eduardo Brochet Pineda

La cultura «progresista» y la tauromaquia

En los últimos años el vocablo «progresista» o 'progresiste' se ha convertido en un galimatías amparador de las ideas fabulosas, utópicas e inútiles de la ideología de izquierda, que, con pocos argumentos y conocimientos de la dinámica histórica de los pueblos y las naciones, intenta con escaso acierto, escribir una nueva leyenda rocambolesca de la humanidad, procurando rediseñar el concepto y el alcance de la cultura como identidad, como disfrute, tradición y comunión generacional de las sociedades históricamente libres.


En días pasados asistimos a una serie de debates en el Congreso de la República donde no nos ha sorprendido la liviandad fútil de las controversias; los desencuentros y divisiones que ciertas aparentes mayorías afines al gobierno, propician entre comisiones y bancadas. Hoy, cuando nuestro parlamento atraviesa una de las mayores crisis éticas y políticas de los últimos setenta años, ensombrecido por los rumores cada vez más altisonantes de la corrupción y la venganza vergonzante, el gobierno «progresista» impone sus mayorías convenientes para coartar nuestras libertades y nuestros derechos, intentando desconocer de un borrón y de un tajo, siglos de historia; de influencia ibérica, de tradición e identidad cultural.


Hispanoamérica, aquella del ancestro castellano, la sangre india y africana; la de Lope de Vega, Garcilaso, Benkos, Benito Juárez, La Gaitana y Pedro Claver, ha sido el milagro y el jardín de múltiples expresiones culturales que han florecido hermosas, precisamente, porque a pesar de los tiempos y las guerras; a pesar de las creencias y el arraigo, de la etnia y la conquista, el mestizaje ha dado los frutos de una civilización extraordinaria que ha podido mantener sus orígenes y su herencia intacta. 


España nos trajo —o nuestros ancestros nos legaron— la lengua, la fe católica, la historia compartida, la arquitectura de los baluartes; la raza, el cante, el baile, las letras y también los toros. La tauromaquia es, pues, un elemento común que compartimos hace quizás milenios, con el hombre mediterráneo y con el ancestro español; la tauromaquia identifica a los pueblos iberoamericanos y es una expresión cultural que ha condensado a su alrededor las más excelsas manifestaciones del arte y del espíritu humano: en la literatura universal, en la pintura, en la escultura, en la música y en todas las gamas del diseño. Desconocer ello de un soberbio plumazo, será borrar de la memoria de las centurias a Federico García Lorca, Rafael Alberti, Ortega y Gasset, Gabriel García Márquez, Francisco de Goya y Lucientes, Pablo Picasso o Fernando Botero.


La UNESCO ha definido de manera reiterada como cultura, cualquier rasgo distintivo que emane de un conjunto social, con el único límite de los derechos humanos y las libertades fundamentales; y esto, nunca lo transgrede el arte taurino. Por tanto, es la historia y la tradición de los pueblos lo que define qué debe entenderse por cultura, y no un gobierno o un gobernante, porque a su ego así le place o le parezca.


En ese orden de ideas, ha de rescatarse la tauromaquia en Colombia, con suficientes razones jurídicas y económicas de fondo, erigiéndola como patrimonio cultural que lo es y lo ha sido siempre, a pesar del ruido de los confusos y de aquellos que pretenden rescatar objetos propiedad de criminales y genocidas, para degradar nuestra cultura ancestral a la usanza irracional de los «progresistas».

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