La grandeza de la fiesta brava: Reacción Nacional
El toreo no es solo una práctica para el entretenimiento, pues entraña elementos arquetípicos, míticos, rituales y simbólicos, en los que se revela la esencia de la vida y la muerte, de lo masculino y lo femenino, del heroísmo, de la nobleza, de lo eterno. Recoge la profundidad de la danza, del ritmo y la frecuencia en el tiempo; la comprensión auténtica de la vida -que es una lidia-, el detalle y la entrega de la liturgia, la inocencia de la bravura y el poder de la voluntad. La tauromaquia es, como la tragedia Griega, la puesta en escena del dolor, la alegría, el sufrimiento inevitable y el sacrificio, y, en ese sentido, es la superación del individualismo y del miedo modernos. Es el único lugar, fuera de la guerra, en donde hoy puede vivir el héroe épico.
En el mundo de la tauromaquia confluyen y se reflejan milenios de Tradición con un animal arquetipo como centro, desde la civilización micénica de la Grecia Arcaica, pasando por la Roma imperial, hasta nuestra cultura hispánica.
El toro bravo es así, para el toreo, el centro de una concepción trascendente de la vida, del amor, de la tierra, de la animalidad, de la humanidad y de la cultura. Por eso, allí se reúnen los hombres, no para entretenerse, cómo hacen los modernos con todo lo que usan para evadirse de la Verdad, sino para ver reflejada por un momento la grandeza y profundidad de su propia existencia humana, de la naturaleza y de la Tradición, es decir para encontrarse con la Verdad.
El progresismo, que es enemigo de la vida y de la Verdad, no puede no ser enemigo del toreo, porque el toreo, bien entendido, nos sitúa frente a lo más profundo y real de la vida, lejos de la tontería contemporánea, del animalismo, del pacifismo y el "buenísimo" criminal de la izquierda, que no saben, ni del mundo campesino, ni de animales, y mucho menos del espíritu y la Tradición.
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