La historia de la fiesta brava en Colombia: desde el virreinato hasta las plazas (II)
Cartel de presentación del diestro español Tomás Parrondo «Manchao» en Bogotá, el 3 de septiembre de 1896. Imagen tomada del libro «Colombia Tierra de Toros» de Alberto Lopera Salazar «Loperita» de Espasa Calpe (1989).
Continuamos en este especial de Nueva Lidia, sobre el repaso de la historia de la fiesta brava en nuestro país. Lea la primera parte aquí.
LA FIESTA BRAVA EN COLOMBIA EN LOS SIGLOS XVI – XIX
La fiesta brava en el siglo XVI, siempre estaban obligadamente programadas en los espectáculos religiosos como por ejemplo y además de los nombrados en el último párrafo de la fiesta brava en la Colonia, también en fiestas religiosas como las de la Virgen de la Candelaria, las de la Virgen de Chiquinquirá, de la Virgen de la Macarena, entre otros, incluían espectáculos taurinos. Cuando había consagración de los obispos, el pueblo se congregaba en masa para celebrar los nombramientos, cuyo dentro de dichos festejos se programaban corridas de toros.
Se pensaba que luego de la Independencia que las corridas de toros iban a ser señaladas como una cultura extraña y del enemigo, pero no, antes que eso se exaltaron y se valoraron. Tanto así que días después del 20 de julio de 1810 (día del grito de Independencia), se conmemoró este hecho con una corrida de toros y una acción de gracias. Con la instalación del primer Congreso de la República y la elección del primer presidente de Colombia, Antonio Nariño, conmemoraron dichos sucesos con corridas de toros, cabalgatas y chirimías.
La reconquista que fue liderada por Pablo Morillo en 1816, hubiera sido celebrada con un festejo taurino. A partir de 1819, triunfo de la revolución, se institucionalizó celebrar la independencia en las distintas plazas de la capital. Primero se toreaba en la plaza de la parroquia Las Nieves, luego en la Santa Bárbara y terminaban en San Victorino. En las fiestas importantes de estos años del siglo XIX, siempre incluían corridas de toros porque eran del gusto del pueblo. El escritor Tomás Carrasquilla recuerda que, en la plaza de Medellín antes de echar los toros a la plaza, el respetable gritaba vivas a los héroes independentistas.
Durante el siglo XVI, la fiesta de toros aparecía unida al famoso “Juego de Cañas” que era un torneo juvenil, en donde los hombres a caballo retaban a tumbarse, juego también mortal. Toros y cañas, se hacían indistintamente en una tarde. Con el crecimiento de la sociedad urbana en la Colonia, el juego de cañas fue desapareciendo, en cambio las corridas de toros, se fueron conservando autonómicamente. Ocasionalmente, la fiesta brava se asociaba ocasionalmente con el circo, las maromas, equilibristas, botafuegos, ilusionistas, prestidigitadores y saludadores. A mitad del siglo XIX, las corridas de toros adquirieron una mayor independencia a las anteriores mencionadas diversiones populares, pero no del todo. Desde esos momentos, las corridas de toros se empezaron a asociar con el teatro, la ópera y la zarzuela.
El distanciamiento no definitivo de la fiesta de toros, comenzó con la construcción de plazas de toros portátiles, que le dieron nueva identidad a la fiesta brava. Ya como una actividad separada de la realeza, la conformación de la corrida de toros fue perdiendo el contrato, por decirlo así, con el Rey y los vecinos observaban que los gastos eran muchos y no eran reparados por las autoridades.
En la segunda mitad del siglo XIX, fueron personas independientes las que hicieron las corridas de toros y a animar la fiesta brava en sus poblaciones. Muchos de ellos, eran toreros. En los inicios del siglo XX, fue donde empezaron a aparecer los empresarios que se unieron para tener plazas de toros duraderas y de finos estilos arquitectónicos. En las plazas improvisadas y móviles, fue donde los colombianos comenzaron a ver por primera vez a los matadores con sus ternos de luces, banderillas a portagayola, saltos a la garrocha como en las pinturas de Goya y lances al alimón. Toreros españoles, mexicanos peruanos y colombianos recorrían siempre los pueblos para buscar alguna faena. Algunos matadores reconocidos, lograban contratar sus corridas desde ciudades distantes, tal como hizo Tomás Parrondo “Manchao”, que desde Lima escribía cartas hasta los empresarios de la ciudad de Cali en 1892 y más concretamente para organizar las corridas de la feria de San Juan.
Además de “Manchao”, con el tiempo empezaron a venir a nuestro país toreros distinguidos en el viejo continente y en América como los peruanos Ezequiel Rodríguez “Morenito” y Pedro Castro “Facultades”, además de José Romero “El Granadino”. También llegaron los españoles José Casanave “Morenito de Valencia”, Francisco Soler y Antonio Lerma “El Sevillano”. Estos hombres de seda y oro, sedujeron con su arte torero a burgueses y provincianos, y poco a poco se convirtieron en estrellas reconocidas por las élites locales. Los toreros de la época, hicieron que aparecieran las primeras revistas taurinas en el País. Muchas de dichas revistas, las empezaron a escribir hombres humildes, pero con una pasión desbordante a la fiesta de toros. También surgieron peñas taurinas y clubes taurinos. La llegada de los toreros, eran esperadas con ansias por la afición.
La próxima semana, la última entrega con un corto repaso del origen de la fiesta brava y de las plazas de toros en diferentes ciudades del país.
BIBLIOGRAFÍA
* RODRÍGUEZ, PABLO. La Fiesta de toros en Colombia, Siglos XVI – XIX». Bogotá: Colección Ibérica, Presses de l’Université de Paris- Sobornne, 1999.
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