Lo que es en verdad, el verdadero pase de pecho
- Ricardo López Solano
- 20 oct 2024
- 2 Min. de lectura
Si asumimos para el caso, el pase de pecho ejecutado con la mano izquierda, sin demeritar, por supuesto, el que se da con la mano derecha; para poder deleitarnos en el, en toda su espectacularidad y belleza, el toro, además de traerlo mandado y templado describiendo un semicírculo, desde el punto en que quedó después del último natural, en la culminación de la suerte ha de levantar totalmente las manos de la arena al igual que su hocico, en cuya ejecutoria, mientras dirige su cabeza hacía el hombro opuesto del torero, abriendo la boca, mientras a tope, lengua afuera, sea el caso, llena de oxigeno sus pulmones, previo a una muy bien merecida pausa, ofrenda justa del torero en turno.
Pero con sus excepciones, ni más faltaba, las cosas no se están dando de esta manera, lo que se ha vuelto una norma, una pena, más bien, es traer al toro toreado a media altura hasta la máxima extensión de la mano en la que el torero lleva la muleta, y desde es punto indefectible, y sin que el toro levante las manos y el hocico, barrer con la tela el espinazo del toro hasta el rabo, y pare de contar. Una ejecutoria lánguida en la que el torero no trasmite gran cosa a la parroquia.
En este estado de cosas, tanto la crítica hablada como la escrita suelen derramarse en elogios ante estos remedos de pases; por lo que las empresas terminan publicitándolos en sus carteles promociónales; y los toreros, incluyendo a los de mucho fuste, por cierto, que no se quedan muy atrás, obsequian a la afición láminas de estos insípidos remates como si se tratara de una gran cosa.
El de pecho es un pase que iniciado por bajo, se remata por alto, y en el que el toro, desde atrás, además de el torero mandarle indicándole el camino, que en un semicírculo ha de seguir hasta su hombro opuesto, se le templa (cuando se le lleva a la misma distancia de la tela en todo su recorrido), manifestación que alcanza el éxtasis, cuando la tela de la muleta se mantiene perpendicular y sin deformarse hasta ese momento justo e irremediable en que el toro la tropieza con la punta de sus cuernos, antes de barrer con ella su lomo hasta la penca del rabo. ¡El verdadero pase de pecho! No les quepa la menor duda.
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