Novilleros en Colombia: en debacle por la corrupción «jerárquica»
El toreo a lo largo de su historia ha estado marcado por una filosofía jerárquica que enriquece y da orden sagrado. Con esto, nada más hay que recordar al romántico Joselito, “el rey de los toreros”, o a las diversas figuras de los años dorados… Esos mitológicos héroes que eran vistos como los soldados valientes, como la epopeya encarnada de los pueblos hispanos, como el elevado por su destreza artística en la columna taurina. La tauromaquia de cada torero, y la experiencia, da origen a una supremacía estética, cumbre de la apoteósica expresión pulchrum est paucorum hominum, la belleza es un privilegio. Privilegiado aquel toreador que está arriba en el orden; es decir, aquel que recordó y desarrolló la suavidad y la verdad con base en la experiencia y el conocimiento de las facultades propias. El ser sincero consigo mismo logra plasmar únicas faenas que colocan en los fríos áspides de la gloria al más escondido y humilde artista. A estos altos mandos que vuelven a su estado natural, si se encuentran perdidos, se les conoce como maestros.
Llamarle «maestro» a algún héroe de estas tierras andinas, es en razón el derecho de las cosas, pues maestro es el que abrió seis veces la puerta grande en Madrid o los memorables matadores de los hitos nacionales, dícese que elevados en el orden son. Mas reclamar el título de maestro sin ser apenas otro tripulante más en la barca que va a hundirse, eso es estupidez y vanagloria. Estúpido es pararse en mitad de la flota a recibir pleitesías, en lugar de ayudar a remar en medio de una terrible tormenta que arrastra a la destrucción a toda la tripulación, incluyendo a los presuntos capitanes. El toreo en Colombia sufre de complejos terribles, pues a fin de cuentas las semillas siguen siendo de un mismo costal que busca germinar; ¡qué mal ver cómo quieren sacar sus hojas sobre los otros sin siquiera rozar el alto título! Ciertos muchachos reclaman o inventan un ascenso sobre los cadáveres de sus compañeros. Sin embargo, no notan que escalan sobre huesos, sin saber que allí también están sus propios cráneos hundidos.
La crisis taurina que se vive en el país va condicionada con que se perdió la noción de qué es la jerarquía dentro de los toros. En lugar de las corrompidas subdivisiones que ciertos novilleros reclaman sobre sus semejantes, más bien deberían reclamar sumisión del total de su orden ante la maestría de los añejos matadores para así recorrer los senderos de la salvación: es decir, que para comprender nuestro propio lugar y para ir donde deseamos llegar, hemos de entender quién está por encima de nosotros y quién es el que realmente ha de capitanear.
Divide et impera, aunque paradójicamente el orden novilleril ha dividido al toreo por sí mismo para no imperar nunca más, sino más bien, para ahogarse en el mismo mar de lágrimas que depara el destino si se sigue por los mismos caminos del pueril orgullo. La casta alta, la maestría, ha vivido y tendrá en su retina, hasta sus últimos días, las épocas gloriosas de la tradición tauromáquica en Colombia; pero quienes retendrán en sus frentes la desfachatez de haber perdido un arte tan sublime, han de ser los novilleros que por romper con la jerarquía se condenaron, al igual que los franceses en 1789 por la aniquilación del orden sagrado. Cierto es, sí, que hay más adelantados, pero a fin de cuentas siguen siendo parte del mismo madero flotante que, en dado caso de no ser preservado, o defendido de los animalistas, por todos los que van allí a bordo, terminará por sumergirse y sumergir a las profundidades de la pena y el olvido a todos los soñadores.
Cuántos torerillos desean opacar a sus hermanos, cuántos desean ofuscar los sueños de otros, cuántos exigen reverencias siendo parte de la misma categoría y cuántos no comprenden que usurpar las oportunidades de los demás es usurpar su propia vida; es decir, cuántos de por aquí se apuñalan a sí mismos para morir, pues el estado del novillero es un estado general, todos son un mismo órgano. O salen todos del abismo o todos se van por el barranco, pues tres piscos no salvarán a los efectivos.
Hoy la falsa percepción de sí mismos, la mentira propia, como superiores sobre otros soñadores, es lo que está matando a su propia profesión; pues el novillero nunca será maestro y maestro es quien alguna vez lo fue, pero el que lo fue con humildad y no con soberbia. Cristo mismo nos decía que quien se enaltezca será humillado, y quien se humille será enaltecido. Tal vez la recompensa divina nos espere luego, pero por el momento será mejor humillarse para salvar una causa justa y terrenal.
Una vez entendido que para restaurar la fiesta se debe restaurar la real jerarquía, es ahí cuando el género novilleril comprenderá que la causa de sus semejantes es su propia causa. Quienes desean ser alguien en los toros deben aprender a luchar en unidad por sus derechos; se debe entender que el adelanto de unos ha de ser material de aprendizaje para otros. El rechazo a la subdivisión dentro de esta casta ha de ser pan de cada día, pues artificial dentro del orden es lo diverso y corrompe a la naturaleza.
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