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Foto del escritorMatador Nicolás Nossa

¿Quién defiende la Fiesta Brava en Colombia?

¿A quién le corresponde defender la fiesta brava en Colombia? ¿Con cuáles argumentos defenderla? ¿Defenderla de qué o de quién? En primer lugar, la defensa de la fiesta brava no es un problema de algunas individualidades entre quienes se cuentan unos pocos empresarios, aficionados, periodistas, uno que otro ganadero y dos o tres matadores de toros, novilleros, subalternos, mozos de espadas que como espadachines solitarios han salido a la palestra pública intentando precisar los términos de una controversia que permita defender como es debido el arte de la tauromaquia. Esa tarea nos corresponde como conjunto de organizaciones representativas y ejecutantes del toreo, pero hasta el momento no ha aparecido un pronunciamiento serio y contundente por parte de quienes deberían hacerlo. Es el momento entonces de que lo asumamos con verdad y responsabilidad.


El otro interrogante es cómo defender la fiesta brava, con cuáles argumentos. ¿Se trata de proteger un arte o un negocio? Si de lo que se trata es de proteger la ejecución del arte de la tauromaquia, no podemos aceptar ningún tipo de restricciones y prohibiciones que rompen con la naturaleza del arte mismo. Es como si le dijeran a los pintores que se autoriza la pintura pero está prohibido usar el color rojo y el pincel, o que le digan a los escritores que tienen permiso para escribir literatura pero sólo sobre temas alegres, y que se prohíbe escribir sobre asuntos tristes, violentos o terroríficos.


El arte de la tauromaquia tiene unas particularidades que si se modifican (la suerte de varas, las banderillas y la suerte suprema), la fiesta brava perdería su condición.


De arte, y se puede convertir en otra cosa, en una amalgama de ejercicio deportivo, parodia teatral y práctica circense, sin llegar a ser deporte, teatro ni circo. Hasta el toreo cómico comporta unas pautas que no permiten que se pierda la naturaleza artística del espectáculo. No es casualidad que personalidades intelectuales de la talla del escritor mexicano Carlos Fuentes y del peruano Mario Vargas Llosa, o de los colombianos Antonio Caballero, Jaime Castro, Mauricio Vargas y Óscar Collazos se hayan pronunciado, unos en defensa abierta de la fiesta brava y otros en contra de las prohibiciones y restricciones a la misma.


¿De quién debemos defenderla? No de los antitaurinos, entre quienes se encuentran algunas personas bien intencionadas, con ideas respetables, a la vez que no pocos que persiguen intereses personales, económicos y políticos. Los antitaurinos simplemente han tenido la eficacia de crear la coyuntura; los verdaderos enemigos de la fiesta brava están agazapados o escondidos entre quienes sólo les interesa el beneficio económico y político, sin que les importe en lo más mínimo el toreo como un arte.


Además, los enemigos de la fiesta brava también podemos ser nosotros mismos, en la medida de nuestra indiferencia, desidia y pereza. Si hay algo que agradecerle a los antitaurinos es haber puesto al desnudo nuestras inconsistencias como conjunto y nuestros defectos como artistas, como seres humanos que deberíamos defender con decisión y con ideas el arte que amamos.


Los síntomas que hemos podido captar estos últimos días pueden darnos una visión aproximada de las consecuencias en el corto y mediano plazo. ¡Es la hora de actuar! ¡Es la hora de la verdad!

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