Someter al toro en el ruedo: Un seguro de vida para el torero
Desde hace unos cinco años, sino más, me he dado a la tarea de descifrar el por qué los toreros, regularmente, hago la salvedad, después de cada lance (con la capa) o pase (con la muleta), corren hacia atrás, como un gorrión, para rectificar la posición en la que quedan respecto al toro, desluciendo así las suertes en ejecución.
En consecuencia, ligar, que es hilvanar un lance o un pase con otro una y otra vez, sin enmendarse (rectificar el torero su posición), o apenas después de girar en redondo (quedar de espaldas al envite anterior), avanzar pausadamente (con gallardía) un paso o a lo sumo dos en diagonal y en dirección opuesta en la que se encuentra el toro, y así sucesivamente hasta el remate de capa o el pase de pecho con el que se le da final a la tanda en ejecución.
Por supuesto que no ha sido una tarea nada fácil la de llegar a los porqués de tan inusual proceder por parte de los toreros, pero creo ya tener, por lo menos, sino más, un 80% de los argumentos que inciden en tan reiterados deslucimientos.
Para el caso voy a considerar que el torero se enfrenta a un toro bravo en todo el sentido de la palabra, es decir, un toro que embiste con codicia una y otra vez, con recorrido y con calidad, que humilla, y que igualmente, cuenta con la edad y el trapío reglamentario y con una cabeza que infunde respeto.
Para toros con esta calidad de embestida, la óptima, y para aquellos con calidad menores, pero hasta cierto rango mínima, por supuesto, el propósito sine qua non del torero ha de ser el de resolver la papeleta a como de lugar, para que el ligar dentro de esta gama manejable de calidades y de posibilidades, por lo menos en efectividad, ronde en el 80%.
Pero normalmente ocurre, contrario a que sea un propósito de antemano planteado, que los toreros por no estar del todo mentalizados en este sentido, o preparados para tal propósito, desperdician, por el incipiente dominio de la mecánica de ligar, el 80% de los toros que a bien pudiesen permitirlo.
Falencias más frecuentes
La falencia más marcada, es la de no someter al toro en la embestida, que de acuerdo a mi definición muy personal, por cierto, es la de llevarlo una y otra vez describiendo semicírculos, totalmente humillado y lo más cerca posible de la humanidad de quien lo lidia.
Para el caso, en el primer lance o pase, recuerden que estamos refiriéndonos a un toro bravo, y por ende, de óptima acometida, debe citarse al toro de frente (dando el pecho, los pies alineados y paralelos a su línea de embestida) o en diagonal (un pié, el contrario por donde el toro se va a desplazar, paralelo al de su movimiento. y el otro, perpendicular a este, el que va a cargar la suerte). En ambos casos al toro se le debe citar con el engaño adelantado (totalmente paralelo a los pitones del toro, planchado), nunca jamás, con el extremo exterior hacía adelante y el extremo interno retrazado (para el caso de los pases se dice torear con pico de la muleta), para cuando el toro llegue a jurisdicción (un poco antes de que alcance la tela con los pitones), empezar a bajar pausadamente la mano, la que lleva el engaño, mientras se lleva al toro hacía afuera y hacia atrás, lo más atrás posible, describiendo en el proceso un semicírculo, enrollándolo el torero a su alrededor.
Y es que cuando el toro se le hace describir una trayectoria circular, en el momento de entrar en ella, además de garantizar la misma velocidad en todos lo puntos de su desplazamiento (propiedad del movimiento circular uniforme), el toro para no salirse por la tangente, instintivamente, lo intuye, disminuye la velocidad de su embestida, eso por un lado. Por el otro, entre más cerca de su humanidad el torero lo haga pasar más lento se desplazará (los puntos más extremos en un disco que gira se mueven con mayor rapidez que los internos). Y como tercera medida, cuando el toro humilla a fin de evitar girar sobre si mismo, las consabidas volteretas (lo que en dinámica se denomina el momento de la cantidad de movimiento, para los ingenieros, y que no es más que el producto de la masa por la velocidad de desplazamiento y por la distancia del centro de gravedad de la misma al punto de giro, en este caso el hocico del toro pegado a la arena), esta intuición adicional le obligará a disminuir, aún más, su velocidad.
Estás tres disminuciones progresivas en la velocidad de su desplazamiento, sumadas, es lo que hacen posible el toreo lento o el toreo al ralentí, tal como se le conoce, o lo que es lo mismo, el temple en su máxima expresión, y que no es otra cosa que mover la tela a la misma velocidad a la que se mueve el toro y lo más cerca posible de la punta de sus pitones (acorde a la característica de cada toro), la que irremediablemente, en todo su recorrido (conclusión a la que he llegado por observación-análisis-observación), penderá perpendicular a la arena.
Pero, lo que el torero por lo general hace, sea el caso de los pases con la muleta, es torear con el pico de la misma a fin de aliviarse (correr el menor riesgo posible, ya que con ello consigue pasar el toro lo mas lejos posible de su cuerpo).
¿Y cuál es el resultado que el torero obtiene al torear al toro prendido en el extremo externo del engaño?
Incrementar en el toro su velocidad de desplazamiento, ya que el radio de giro será mucho mayor ahora, lo que conlleva (dependiendo de la velocidad que logre alcanzar en esta operación), a que antes de que el pase sea rematado, salga despedido por la tangente. En estas circunstancias, el toro lo que hace es revolverse con celeridad al perder intespectivamente de vista la tela, la que trata de localizar a toda costa, quedando, no solo mal colocado y tan cerca del torero, que a este no le queda más remedio que dar la consabida carrerita hacia atrás, al estilo gorrión, antes de dar inicio al siguiente pase. De ligar, se le da cabida a los deshilvanados y pálidos unipases.
Pero eso no es todo, al torear con la punta de la muleta, la tela ya no quedará paralela a los pitones del toro (a igual distancia del uno y del otro, lo que permite que todos sus puntos en conjunto al desplazarlos en redondo hacia atrás se muevan a la misma velocidad), sino que al citar ahora al toro con su punta externa, la muleta quedará convertida en una extensión del brazo (radio del circulo ahora mayor), en la que los puntos externos se moverán secuencialmente más rápidos que los internos. En consecuencia, si para el caso, el torero no desplaza la muleta con mayor velocidad a la que se mueve el toro, movimiento acelerado y por ende, perdida del temple, este terminará alcanzándola, de ahí los tan frecuentes enganchones, que no son más que una consecuencia directa del movimiento más lento de los puntos internos de la muleta respecto a los externos.
Por otro lado, (conclusión basada en la revisión pormenorizada de innumerables fotos de toros embistiendo), el toro entre más humillado va, más concentrado se desplaza siguiendo el engaño. Por el contrario, cuando el toro va con la cara alta, va más pendiente de los detalles que lo circundan, por lo que la gama de cosas en las que puede fijarse es mucho más amplia; pero en la medida en que baja la cabeza más se concentra en su objetivo.
Otra falencia de los toreros, por la cual los toros terminan revolviéndose con mayor celeridad, es mi apreciación, es que el torero, con relativa frecuencia, una vez que el toro al seguir la tela le rebasa (la parte gorda del peligro ha pasado), deja de interesarse por la trayectoria que deba seguir el engaño hasta el remate, toro humillado y que quede lo más lejos de la posición que el torero ocupa.
Estoy seguro, que si los toreros no se desentendieran tan fácilmente del toro una vez que este lo ha rebasado, lo de ligar se daría con mayor frecuencia aún.
Para mi, como conclusión final de este ensayo, someter al toro, tal como lo definía anteriormente, toro humillado, pasando lo más cerca del cuerpo del torero y siguiendo una trayectoria circular tras del engaño, que se mueve cerca de sus pitones a igual velocidad, y con la tela que pende perpendicular a la arena, es tanto o más, que un seguro de vida para el torero, y hasta mucho más, podría decirse, porque toda la mecánica antes descrita plasmada en su dimensión máxima, no solo lleva al toro a centrarse en la tela, y solo en ella, sino que lleva igualmente al torero a concentrar toda su atención en la ejecución de cada lance o pase hasta el final, por que ningún detalle del proceso, como salvaguardia de su integridad física, puede quedar suelto en ningún momento de la lidia. De ahí que para mi gusto, respetando el concepto de los que no compartan mi punto de vista, y dejando claro que toda suerte del toreo bien o mal ejecutada tiene su merito, un lance o un pase o una foto de los mismos, progresivamente ira perdiendo su valor intrínseco, en lo que a mi concierne, cuando el cuerpo del toro no forme un arco alrededor del cuerpo del torero (forma de herradura), y se muestre pasando lo más cerca posible de su humanidad; cuando a su vez no vaya humillado a plenitud (a excepción de los pases de pecho u otros de adorno) siguiendo de cerca la tela a poca distancia de sus pitones, la que en consecuencia, pende perpendicular a la arena.
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